Con el año nuevo siempre vienen nuevas ganas, refrescado el entusiasmo volvemos a la cotidianidad del calendario pero llenos de alguna extraña y nueva energía. Bien por el año que pasó, por lo que pasó o por lo que al fin terminó de suceder, quién sabe, para muchos de nosotros el año nuevo es un excelente pretexto para replantearse muchas cosas.
Este cambio de año nos trajo, común denominador para la gran mayoría de los que leemos esto, un nuevo presidente, luego de el barullo electoral, del vaivén de comentarios que se llevaron las banderitas verde y naranja, pues ya estuvo, ya está el nuevo, el señor Alvaro Colom.
Viendo las imágenes de los diarios y de la televisión y escuchando los comentarios de familiares y amigos, me da la impresión que, más allá del nombre de nuestro nuevo presidente o de la ideología que este represente, este cambio representa nuevas esperanzas para todos, y no me refiero a las esperanzas de la campaña verde, más bien me refiero a las elementales y profundas esperanzas, se escucha “ojalá que haga algo”, “ojalá mejoren las cosas”, “quien quita y nos da la sorpresa”, “que Dios lo ilumine”, etcétera.
Concientes de que son cuatro años los que nos esperan, pues me parece una saludable actitud, que si votamos por él o no, que si representa aquello o no, pues igual, la combinación del inicio del año y del cambio de poder nos refresca en algo, insisto, más allá de que nos identifiquemos en los nuevos referentes del gobierno, el tema es que no hay que resistirse a soñar, a esperar, por qué no, que las cosas mejoren, que el año que empezamos carbure bonito, que nos dé suficientes pretextos y suficientes razones para que la maquinaria no solo no se detenga sino le dé más fuerte. Empezar el año con oprtimismo, ¿por qué no?