Crecí escuchando a mis padres, abuelos, tíos y amigos de la familia hablar del más famoso paseo que un chapín citadino podía hacer diariamente a cualquier hora, ya fuera a pie, a solas, en compañía, con intención de entrar a comprar a cualquier almacén ubicado a lo largo del paseo, sólo para ver vitrinas o para encontrar a los amigos y parientes o, simplemente, para ver pasar patojas o patojos, según fuera su interés.
Hablo de salir a sextear…
Sí, a pasear a lo largo de la Sexta Avenida, mucho más emocionante y entretenido si se hacía entre la 9a. y la 13 calles, en la zona 1, aunque podías empezar en el Portal del Comercio, en la 8a. calle. Se hacía a pie, generalmente, aunque los pocos carros que habían en la ciudad acostumbraban pasar despacito por ella, para saludar con la bocina a los conocidos que se encontraran sexteando.
Cuando fui adolescente y tuve que empezar a utilizar el servicio público de transporte, la Sexta era un imán poderoso que nos atraía al salir de clases, ya fuera al medio día o por la tarde. En aquellos años la famosa jornada única no existía, así que todo el mundo salía a las carreras al medio día hacia su casa para almorzar y volvía a trabajar o a estudiar a las dos de la tarde. Al terminar las clases por la tarde, al filo de las cuatro, se podían ver los grupos de patojos y patojas dirigiéndose a la Sexta, con la esperanza de ver de lejos al motivo de sus suspiros. Y claro, no era raro que en la misma Sexta nos conociéramos y camináramos ya platicando, primero de norte a sur y luego en sentido contrario, unas dos o tres veces, mientras nos saludábamos con efusividad de un lado a otro de la avenida o se concretaban amistades o romances.
Recuerdo bien que en la Sexta se encontraban los mejores y más prestigiosos almacenes de la ciudad, de los que recuerdo a Lázaro y El Cairo, con su diversidad de telas finas importadas; El Gran Emir, con ropa y accesorios para damas; también La Juguetería, enfocada a los juguetes y ropa de los más chicos; La Perla, una joyería de calidad y prestigio. El almacén Max Tott, con artículos deportivos y de fotografía; La Paquetería, que desapareció una noche en un incendio y se llevó con ella años de tradición y buen gusto. Si queríamos refaccionar o comer más en serio, estaban la cafetería París, el Pollo Caporal, Peñalba, el famoso y antiguo Fu Lu Sho; para divertirnos, el teatro Capitol y los cines Lux y el París y, en sus altos, Radio Nuevo Mundo y Radio Sensación, que fuera una de las emisoras juveniles más escuchadas en los 60’s, con las voces tan familiares y queridas de Rafael Del Cid, Rogelio Rivera, Leonel Gamboa y otros que se me escapan… Y si eras católico y querías rezar, estaban las iglesias de Santa Clara y San Francisco, que eran ya la señal para dar la vuelta, atravesar la avenida y regresar hacia el norte por la acera de enfrente.
Pasear por la Sexta, “sextear”, era un acontecimiento que nos hacía sentir bien. Podíamos caminar entre amigos y conocidos, nadie nos agredía, robaba o faltaba al respeto; era nuestro punto de reunión, allí aprendimos a ser responsables de nuestra propia seguridad y a conocer y tratar personas de otros círculos que no eran los de nuestra niñez.
Los grupos de personas de diferentes edades, de distintas actividades y de diversos intereses, paseaban por la Sexta en horarios diferentes. De tal manera que los estudiantes de secundaria se veían sobre todo por la tarde, entre las cuatro y las cinco; los oficinistas salían a las seis y era normal tomarse una taza de café o “un agua” en alguno de restaurantes o cafeterías allí ubicados, para después ir al cine sin preocupaciones porque fuera tarde y se pudiera sufrir un asalto.
Y un día… Lo recuerdo claramente, en la acera del cine Lux, dos jóvenes que parecían argentinos habían instalado encima de trozos de terciopelo negro, una serie de baratijas atractivas, pero baratijas al fin, que ofrecían a los paseantes. Y con ello, se dio paso al caos, al desorden, a la suciedad y, lo peor de todo, a la inseguridad que hoy campean en la otrora querida y buscada Sexta Avenida.
Todos los días paso por la Sexta -ahora en carro- y es un verdadero calvario. Ya no vamos despacio para reconocer amigos y conocidos, sino para evitar atropellar a los vendedores ambulantes y compradores que irrespetan los espacios, los semáforos y la calma de la ciudad. Si en algún momento se tiene la mala idea de ir de compras a algún almacén allí ubicado, hay que ir vistiendo de la manera más sencilla y menos llamativa posible, sin adornos o joyas, para pasar totalmente desapercibidos; y deberemos armarnos de paciencia, además de mantenernos muy atentos a cualquier extraño que camine demasiado cerca o se nos acerque repentinamente.
No, la Sexta ya no es lo que solía ser. Pero esa maravillosa y antañona avenida tiene más historia que cualquiera de todas las otras calles o avenidas de esta ciudad. Por ella desfilaron los patriotas, los rebeldes, los anarquistas, los revolucionarios, los que propiciaron cambios, los que los detuvieron, los asesinos y los asesinados, los conscientes y los irresponsables sociales. Sus gastadas aceras han soportado la historia de nuestra ciudad y de nuestras vidas con estoicismo y las guarda para sí misma y para nuestros recuerdos.
Ojalá y la volvamos a ver llena de alegría y brindando el espacio para el que fue pensada y hecha.