Corrían los últimos días de octubre, con su característico clima frío y los preparativos para recibir el Día de los Santos.
“Eran los tiempos de Ubico”, eso lo recuerdan muy bien las personas mayores, cómo olvidar al general que gobernó durante 13 años. En su casa una señora busca la forma de conseguir dinero y sin importar el medio decide engañar a los incautos. Entrena a sus tres hijos para robar las coronas de las tumbas en el Cementerio General.
En la mañana del 1 de noviembre, la reventa es todo un éxito, el afán de los clientes por llevar las tradicionales flores es tal que compran lo que les ofrecen, sin importar la procedencia.
Los niños cumplen a cabalidad la orden: buscan las tumbas que quedan solas, toman el arreglo y salen por la puerta que actualmente está a un costado de la morgue del Organismo Judicial.
Pasado el medio día, la menor de los niños empieza a negarse a seguir con el delito. La madre la obliga y tiene que volver a la búsqueda, en el recorrido llama su atención una de las coronas que está dentro de un nicho … estira el bracito para sacarla … de inmediato los gritos alerta a las personas que corren a ayudarla.
La niña llora, alguien la tomó del otro lado y no la dejaba huir; los testigos la tranquilizan diciéndole que sólo se quedó enredada en los adornos.
La familia regresa a la casa, por la noche mientras la madre hace recuento de las ganancias, descubre que la sombra morada de los dedos de una mano de adulto circulan el inocente bracito de su niña.
Leyenda contada por el historiador Héctor Gaytán, autor de los libros “La calle donde tú vives”.